Trasnochado, deslucido y ajado,
el reflejo de los días de gloria.
Como una vieja dama
vestida por siempre con
las galas del día de fiesta.
Cargada de pintura y
peinado marchito y ridículo.
Comenzando una nueva imagen,
a partir de un trazo simple,
desnudo y suave.
Acomodando los tejidos
a las líneas,
dibujando,
esculpiendo.
Creando a partir de
la aceptación y la afirmación
del yo presente,
del yo nuevo,
(que no novato).
Y te miro,
y construyo también
otra nueva imagen.
Borrando tachones,
quedándome con la esencia,
esa que nos muestra
tal cual somos.
Esa que es transparente,
que se adapta y
acomoda también a los moldes
nuevos o quizá primeros.
Volviendo al comienzo
cuando las flores tenían aroma
y las noches rozaban el brillo lunar.